ORACIÓN CADA DÍA

Oración con los santos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración con los santos
Miércoles 15 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 17,11-19

Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos,
yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado.
He velado por ellos y ninguno se ha perdido,
salvo el hijo de perdición,
para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti,
y digo estas cosas en el mundo
para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra,
y el mundo los ha odiado,
porque no son del mundo,
como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo,
sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo,
como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad:
tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo,
yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo,
para que ellos también sean santificados en la verdad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús acaba de dirigir al Padre la invocación para que proteja a sus discípulos. Aquellos once estaban a punto de quedarse solos, sin su presencia física. Y Jesús sabe perfectamente que deberán hacer frente a pruebas muy duras. ¿Serán capaces de resistir los ataques del mal que intentará por todos los medios alejarlos de él y del Evangelio? Sabe perfectamente que el diablo (en griego, "el que divide") quiere dispersarlos y dejar a los hombres solos y aislados. Y reza: "Cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros". La unidad entre el Padre y el Hijo se convierte no solo en el termómetro de la autenticidad de los discípulos, sino también en la razón de la vocación cristiana. La salvación es la comunión de todos con el Padre y el Hijo. Y en la comunión encontramos la plenitud de la alegría, como el mismo Jesús dice: "para que tengan en sí mismos mi alegría colmada". La alegría de los discípulos no es el optimismo fácil y evidente, sino el fruto de la comunión que derriba las divisiones. Esta obra no nace simplemente de nuestra buena voluntad, sino de escuchar la Palabra de Dios que nos ayuda a salir de nuestro mundo para ir hacia los demás y crear nuevos lazos de fraternidad. Jesús no reza para que sean retirados del mundo, pues sería la negación misma del Evangelio. Más bien, los cristianos son llamados a ser la levadura de fraternidad en el mundo. Esa es su vocación: transformar el mundo para que sea cada vez más un mundo de fraternidad y de amor entre todos. "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo." Hay como un hilo conductor que une el corazón de la Trinidad, cuando el Hijo le dice al Padre: "Heme aquí: envíame". Jesús envía en misión por el mundo a los discípulos de todos los tiempos para que continúen cumpliendo la obra de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.